Los golpes y las torturas del fascismo eran ráfagas en el cuerpo del periodista checo Julius Fucík, pero cuando el corazón late por los demás, más que en uno mismo, es difícil despegar los labios. Nunca dijo ni una palabra a la Gestapo, aunque trataron de hacerlo añicos para que delatara a sus compañeros de lucha antifascista en Checoslovaquia.
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